diga
Dada mi excelente
prosa, mi don de gentes y sobre todo mi carisma online imagino que alguno de
ustedes se quedó con ganas de saber como
fue mi primer día en Santa Rita… y es que hay mucha gente que le encanta el
sufrimiento ajeno. Las primeras horas marcaron mi nueva vida.
Aterricé en el
aeropuerto de Las Toscas a eso de las nueve de la mañana. No es que esperara un
recibimiento con ramo de flores y caja de bombones pero tras llegar mareado por
el horrendo viaje debido a la tormenta veraniega habría sido de agradecer, al
menos, una sonrisa de bienvenida y un simple coche, no más.
No fue así. Pasó
de largo el único autobús rumbo a la ciudad, y los 3 taxis aparcados en la
puerta partieron llenos. No me preocupó. El servicio de Santa Rita de Salud se
había comprometido a enviar a alguien a recogerme.
Para hacer tiempo
me compré una revista, fui al baño, me tomé un café, leí el Four Corners’ Santa
Rita’s Journal (periódico local conocido a secas como Four Corners), volví a ir
al baño, me tomé una chocolatina Mars y unos cacahuetes con agua de manantial y
hasta jugué con una niña de 2 años en los columpios de la cafetería.
A propósito de la
pequeña, llamada, por cierto Merilú. Su madre pasaba de la criatura pero
mostraba una concentración absoluta ante
la pantalla de su móvil. Es más, tan
absorta estaba que me podría haber ido de allí con la criatura y la responsable
progenitora probablemente se habría enterado de la falta de la menor a través
del Facebook de la policía local.
Aeropuerto Regional de Santa Rita |
En definitiva. Estuve
tres horas esperando a que me vinieran a buscar pero no perdí el tiempo. El
único camarero del aeropuerto me dijo que su anterior médico de cabecera, al
que creo que sustituyo, le recomendaba siempre para mis síntomas comer un poco
de pan con una especie de embutido de cerdo que el llamaba “jamón serrano” y
una copita de Cognac Napoleón.
A la media hora de
hacerle caso empecé a dudar de que mis años de estudios y experiencia laboral como
cirujano cardiovascular sirvieran para este lugar. Me encontraba perfecto, si
me tomaba otro par de brebajes de estos creo que podría correr la media maratón
de Los Ángeles. Félix, así se llamaba, había conseguido quitarme el color
amarillo de la cara.
Pasaban los
minutos. Sin batería en el móvil y sin agenda de papel con un contacto para
llamar desde una cabina, para avisar a alguien de que estaba sano y salvo, que
había llegado bien a Santa Rita…
Paseé para bajar
el Cognac y la chocolatina. Nada. El aeropuerto casi vacío y yo en la puerta de
entrada, de pie, mirando desesperado hacia la carretera. No aparecía nadie. Empezaba
a dudar de que se acordaran de mí.
De pronto escuché
algo que parecía un vehículo, el sonido
de ese motor… ¡uf!. Decir coche sería quizás exagerar. Imagínense la situación
después de 3 horas de espera:
Se baja una
señorita con gafas de pasta, no me mira, lanza mis maletas sobre la parte trasera sin preguntar si había algo de romper, abre el
seguro de la puerta del acompañante de forma manual y sólo tras subirme a la camioneta, una Land Rover de los setenta…¡al
fin! me dirige la palabra.
-Doctor Mchale,
soy la señorita Angustias, su enfermera, queda un largo camino para llegar a El
Andancio. Si quiere puede intentar dormir en el trayecto, tenemos trabajo-
No pude contestarle,
era un axioma, pensé que tras una ducha y un almuerzo podría con ello.
A las tres horas y
media por carreteras perdidas llegamos al pueblo. No había nadie en la calle.
Pensé, -soy un tipo afortunado, habrá poca gente en la consulta- … A todas
estas, la situación cada vez se me
parecía más a la serie doctor en Alaska, pero en subtropical. Ojalá. Ahora puedo
afirmar que en realidad mi vida iba a ser bastante más complicada.
Estuve tarareando
el tema de la serie la última hora del trayecto hasta que la conductora me
sugirió que era mejor que me callara
porque le dolía la cabeza.
Cuando llegué a la
consulta le comenté a la señorita Angustias
que prefería pasar por mi casa para asearme del largo viaje. Me miró por encima
de sus gafas de pasta… comprendí que era un error el planteamiento. Me tuve que
conformar con un vaso de agua.
Eran las tres de
la tarde, hacía calor y al entrar en el descansillo anterior a la consulta me
di cuenta que no había gente en la calle porque estaban casi todos dentro.
Llevaban tres
semanas sin médico y noté miradas de hostilidad.
-¡Buenas tardes!-. Nadie me respondió.
-Esto es lo que se dice un recibimiento caluroso-, musité.
La enfermera me
pasó el historial médico de mi primer paciente. Se llamaba Luciano y había sido
operado diecisiete veces, afortunadamente ninguna grave.
Me quedé pensando en
lo difícil que resulta entrar tantas veces en quirófano para operaciones sin
apenas riesgo. Pensé que era en el fondo un hombre afortunado.
Luciano: -Doctor
McHale, llevo tres semanas esperándolo, no
podemos estar tantos días si
atención médica-.
Dr McHale: -Don
Luciano tiene usted razón, aunque a mí me han
otorgado la plaza hace tres
días y desde entonces he
estado viajando-.
Luciano: -no me
cuente historias. Al grano, tengo un problema, me
cuesta respirar por las noches, me
ahogo-.
Dr McHale: -inspire-.
Don Luciano ni se
inmuta
Dr McHale: -inspire-.
Don Luciano sólo
me mira
Angustias (en voz
baja): -Dígale que jale el resuello-…
Dr Mchale: -Don
Luciano, ¡jale el resuello!-
Luciano.
Sniiiiiiiiiiiiffffffffffffffffffff
Tras un rato le
mandé unas analíticas en el Hospital General y le comenté que era muy probable
que necesitase nebulizaciones… Le aconsejé también que dejase de fumar tres cajas
de cigarrillos negros al día y pasó lo inevitable en estos casos. Don Luciano
se fue enfadado.
Don Luciano |
Imaginé que la
prohibición del tabaco y mandarlo al otro lado de la isla para las analíticas
era el motivo. Pero escuché como hablaba con la enfermera. Le dio en voz baja,
que yo no era un buen doctor. Gran
comienzo.
Volvamos a
ponernos en situación: perplejo llamo a Angustias y tras cinco minutos consigo
que me informe del enfado del paciente. Me dice que todos los doctores que han
pasado por esta consulta en los últimos treinta años, según don Luciano, hacían
una revisión general y pedían que abrieran la boca y dijeran: ¡33!
Sonreí. Ella me
miró de nuevo por encima de sus gafas… mirada Poltergeist con un mal día. Comprendí
que era algo serio.
Al siguiente
paciente ya le dije la famosa frase… ¡Diga usted 33!.
A las siete de la
tarde tras una veintena de pacientes con dolores de muelas, esguinces de
tobillo, un pico de tuno en un dedo, extirpación de una astilla en la boca de
una cabra (el veterinario de El Andancio
estaba deprimido y se negaba a atender a sus enfermos). Después de una
interminable jornada desde que aterricé en la isla de Santa Rita, por fin la
consulta vacía. Sólo la señorita Angustias y yo. Pensé en invitarla a un café
pero desapareció tras el biombo, sin más y sin decir adiós, ni buenas noches o
hasta mañana. No la volví a ver. Busqué una puerta secreta junto a la camilla,
bajo la ventana, en el suelo. Pero nada. –Qué mujer más extraña, la señorita
Angustias-. Salí y cerré la puerta sin echar la llave (algo me decía que la
enfermera seguía dentro).
Conseguí comprar
en una tienda de abastos lo mínimo para cenar y desayunar… leche, zumos, fruta,
pan, huevos, café, poco más y cuando por fin llegué a mi nueva casa reconozco
que me empezó a gustar el pueblo. Era una casona antigua de dos plantas. La
acaban de limpiar. Subí los plomos, encendí la luz, abrí la llave de paso del
agua y me dirigí al baño, es lo que primero hago cuando llego a una casa nueva.
La puerta estaba cerrada y se oía ruido.
Mi casa |
Busqué un arma
contundente, solo encontré una batidora vieja y llena de óxido. Me coloqué
detrás de la puerta del baño. -Soy un hombre valiente-. Abrí. Salió un gato blanco
maullando. Llevaba encerrado desde el día anterior, cuando limpiaron.
Lo lleve hacia la
puerta pero entro por la ventana. Le dí de comer y lo guíe de nuevo hacia
fuera… pero volvió a entrar, comprendí que era mi primera compañera de piso en
años, era gata.
Tengo que ponerle
nombre.
Cloti |
Fue un día
durísimo, largo. Cuando estoy cansado no puedo conciliar el sueño bien así que
decidí salir a caminar de madrugada. Sobre las dos observé un cielo increíble,
de los mejores que había visto. Un auténtico espectáculo de luces, olores y
sonidos de insectos me rodeaba. La gata me acompaña a tres metros de distancia,
creo que el vínculo alimenticio hacia de cordón umbilical.
A la mañana
siguiente cogí mi ropa y toalla para ducharme, el baño estaba y está a tres
metros de la casa, hecho habitual en El Andancio. Lloviznaba.
Al salir de la
ducha me encontré en la puerta de mi casa un bubango, tres papayas, una bolsa de nísperos, medio saco
de papas de la zona, un queso duro que ahora sé para que sirve y una invitación
en un papel para acudir al bautizo de un nieto de don Luciano. Por cierto, nunca mezclen la leche con los nísperos...
Benigna |
Estos hechos
ayudarán a mi adaptación. Me han emocionado, me alimento de detalles.
Al final le puse
Clotilde a la gata, a ella no le gusta, pero por Cloti responde. De benigna, la cabra de Martina, hablaré otro día...
A todas estas, ¿alguien
sabe el por que del Diga 33?
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