diga 33, la consulta


diga


Dada mi excelente prosa, mi don de gentes y sobre todo mi carisma online imagino que alguno de ustedes  se quedó con ganas de saber como fue mi primer día en Santa Rita… y es que hay mucha gente que le encanta el sufrimiento ajeno. Las primeras horas marcaron mi nueva vida.
Aterricé en el aeropuerto de Las Toscas a eso de las nueve de la mañana. No es que esperara un recibimiento con ramo de flores y caja de bombones pero tras llegar mareado por el horrendo viaje debido a la tormenta veraniega habría sido de agradecer, al menos, una sonrisa de bienvenida y un simple coche, no más.
No fue así. Pasó de largo el único autobús rumbo a la ciudad, y los 3 taxis aparcados en la puerta partieron llenos. No me preocupó. El servicio de Santa Rita de Salud se había comprometido a enviar a alguien a recogerme.

Para hacer tiempo me compré una revista, fui al baño, me tomé un café, leí el Four Corners’ Santa Rita’s Journal (periódico local conocido a secas como Four Corners), volví a ir al baño, me tomé una chocolatina Mars y unos cacahuetes con agua de manantial y hasta jugué con una niña de 2 años en los columpios de la cafetería.
A propósito de la pequeña, llamada, por cierto Merilú. Su madre pasaba de la criatura pero mostraba una concentración absoluta  ante  la pantalla de su móvil. Es más, tan absorta estaba que me podría haber ido de allí con la criatura y la responsable progenitora probablemente se habría enterado de la falta de la menor a través del Facebook de la policía local.
Aeropuerto Regional de Santa Rita
En definitiva. Estuve tres horas esperando a que me vinieran a buscar pero no perdí el tiempo. El único camarero del aeropuerto me dijo que su anterior médico de cabecera, al que creo que sustituyo, le recomendaba siempre para mis síntomas comer un poco de pan con una especie de embutido de cerdo que el llamaba “jamón serrano” y una copita de Cognac Napoleón.
A la media hora de hacerle caso empecé a dudar de que mis años de estudios y experiencia laboral como cirujano cardiovascular sirvieran para este lugar. Me encontraba perfecto, si me tomaba otro par de brebajes de estos creo que podría correr la media maratón de Los Ángeles. Félix, así se llamaba, había conseguido quitarme el color amarillo de la cara.

Pasaban los minutos. Sin batería en el móvil y sin agenda de papel con un contacto para llamar desde una cabina, para avisar a alguien de que estaba sano y salvo, que había llegado bien a Santa Rita… 
Paseé para bajar el Cognac y la chocolatina. Nada. El aeropuerto casi vacío y yo en la puerta de entrada, de pie, mirando desesperado hacia la carretera. No aparecía nadie. Empezaba a dudar de que se  acordaran de mí.

De pronto escuché algo que  parecía un vehículo, el sonido de ese motor… ¡uf!. Decir coche sería quizás exagerar. Imagínense la situación después de 3 horas de espera:
Se baja una señorita con gafas de pasta, no me mira,  lanza mis maletas sobre la parte trasera  sin preguntar si había algo de romper, abre el seguro de la puerta del acompañante de forma manual y sólo  tras subirme  a la camioneta, una Land Rover de los setenta…¡al fin! me dirige la palabra.



-Doctor Mchale, soy la señorita Angustias, su enfermera, queda un largo camino para llegar a El Andancio. Si quiere puede intentar dormir en el trayecto, tenemos trabajo-
No pude contestarle, era un axioma, pensé que tras una ducha y un almuerzo podría con ello.
A las tres horas y media por carreteras perdidas llegamos al pueblo. No había nadie en la calle. Pensé, -soy un tipo afortunado, habrá poca gente en la consulta- … A todas estas,  la situación cada vez se me parecía más a la serie doctor en Alaska, pero en subtropical. Ojalá. Ahora puedo afirmar que en realidad mi vida iba a ser bastante más complicada.

Estuve tarareando el tema de la serie la última hora del trayecto hasta que la conductora me sugirió  que era mejor que me callara porque le dolía la cabeza.
Cuando llegué a la consulta le comenté  a la señorita Angustias que prefería pasar por mi casa para asearme del largo viaje. Me miró por encima de sus gafas de pasta… comprendí que era un error el planteamiento. Me tuve que conformar con un vaso de agua.
Eran las tres de la tarde, hacía calor y al entrar en el descansillo anterior a la consulta me di cuenta que no había gente en la calle porque estaban casi todos dentro.
Llevaban tres semanas sin médico y noté miradas de hostilidad.        
 -¡Buenas tardes!-. Nadie me respondió. -Esto es lo que se dice un recibimiento caluroso-, musité.
La enfermera me pasó el historial médico de mi primer paciente. Se llamaba Luciano y había sido operado diecisiete veces, afortunadamente ninguna grave.
Me quedé pensando en lo difícil que resulta entrar tantas veces en quirófano para operaciones sin apenas riesgo. Pensé que era en el fondo un hombre afortunado.

Luciano:    -Doctor McHale, llevo tres semanas esperándolo, no
                podemos estar tantos días si atención médica-.

Dr McHale: -Don Luciano tiene usted razón, aunque a mí me han
                otorgado la plaza hace tres días y desde entonces he   
                estado viajando-.


Luciano:    -no me cuente historias. Al grano, tengo un problema, me
                cuesta respirar por las noches, me ahogo-.

Dr McHale: -inspire-.

Don Luciano ni se inmuta

Dr McHale: -inspire-.

Don Luciano sólo me mira

Angustias (en voz baja): -Dígale que jale el resuello-…

Dr Mchale: -Don Luciano, ¡jale el resuello!-

Luciano. Sniiiiiiiiiiiiffffffffffffffffffff

Tras un rato le mandé unas analíticas en el Hospital General y le comenté que era muy probable que necesitase nebulizaciones… Le aconsejé también que dejase de fumar tres cajas de cigarrillos negros al día y pasó lo inevitable en estos casos. Don Luciano se fue enfadado.
Don Luciano
Imaginé que la prohibición del tabaco y mandarlo al otro lado de la isla para las analíticas era el motivo. Pero escuché como hablaba con la enfermera. Le dio en voz baja, que yo no era un buen doctor.  Gran comienzo.

Volvamos a ponernos en situación: perplejo llamo a Angustias y tras cinco minutos consigo que me informe del enfado del paciente. Me dice que todos los doctores que han pasado por esta consulta en los últimos treinta años, según don Luciano, hacían una revisión general y pedían que abrieran la boca y dijeran: ¡33!
Sonreí. Ella me miró de nuevo por encima de sus gafas… mirada Poltergeist con un mal día. Comprendí que era algo serio.

Al siguiente paciente ya le dije la famosa frase… ¡Diga usted 33!.

A las siete de la tarde tras una veintena de pacientes con dolores de muelas, esguinces de tobillo, un pico de tuno en un dedo, extirpación de una astilla en la boca de una cabra (el veterinario de  El Andancio estaba deprimido y se negaba a atender a sus enfermos). Después de una interminable jornada desde que aterricé en la isla de Santa Rita, por fin la consulta vacía. Sólo la señorita Angustias y yo. Pensé en invitarla a un café pero desapareció tras el biombo, sin más y sin decir adiós, ni buenas noches o hasta mañana. No la volví a ver. Busqué una puerta secreta junto a la camilla, bajo la ventana, en el suelo. Pero nada. –Qué mujer más extraña, la señorita Angustias-. Salí y cerré la puerta   sin echar la llave (algo me decía que la enfermera seguía  dentro).

Conseguí comprar en una tienda de abastos lo mínimo para cenar y desayunar… leche, zumos, fruta, pan, huevos, café, poco más y cuando por fin llegué a mi nueva casa reconozco que me empezó a gustar el pueblo. Era una casona antigua de dos plantas. La acaban de limpiar. Subí los plomos, encendí la luz, abrí la llave de paso del agua y me dirigí al baño, es lo que primero hago cuando llego a una casa nueva. La puerta estaba cerrada y se oía ruido.
Mi casa
Busqué un arma contundente, solo encontré una batidora vieja y llena de óxido. Me coloqué detrás de la puerta del baño. -Soy un hombre valiente-. Abrí. Salió un gato blanco maullando. Llevaba encerrado desde el día anterior,  cuando limpiaron.
Lo lleve hacia la puerta pero entro por la ventana. Le dí de comer y lo guíe de nuevo hacia fuera… pero volvió a entrar, comprendí que era mi primera compañera de piso en años, era gata.
Tengo que ponerle nombre.
Cloti
Fue un día durísimo, largo. Cuando estoy cansado no puedo conciliar el sueño bien así que decidí salir a caminar de madrugada. Sobre las dos observé un cielo increíble, de los mejores que había visto. Un auténtico espectáculo de luces, olores y sonidos de insectos me rodeaba. La gata me acompaña a tres metros de distancia, creo que el vínculo alimenticio hacia de cordón umbilical.

A la mañana siguiente cogí mi ropa y toalla para ducharme, el baño estaba y está a tres metros de la casa, hecho habitual en El Andancio. Lloviznaba.
Al salir de la ducha me encontré en la puerta de mi casa un bubango, tres papayas, una bolsa de nísperos, medio saco de papas de la zona, un queso duro que ahora sé para que sirve y una invitación en un papel para acudir al bautizo de un nieto de don Luciano. Por cierto, nunca mezclen la leche con los nísperos...

Benigna


Estos hechos ayudarán a mi adaptación. Me han emocionado, me alimento de detalles.

Al final le puse Clotilde a la gata, a ella no le gusta, pero por Cloti responde. De benigna, la cabra de Martina, hablaré otro día...

A todas estas, ¿alguien sabe el por que del Diga 33?



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