doctor mchale


El Andancio
Bienvenidos a  mi consulta, soy el Doctor McHale. 1,90, 80 kilos, hombros caídos, y alguna canas ya, si me preguntan dónde no se lo voy a decir. Al menos no por ahora, tal vez cuando cojamos confianza. Es más, ahora que lo pienso con esta descripción igual piensan que no soy más que un extraño ser alto y desgarbado pero les puedo asegurar que mi atractivo es irresistible, y no es una cuestión de egotismo. Ya me conocerán, es la pura realidad.



Tal vez no les interesa pero mi nombre es Kevin, y soy licenciado en cirugía cardiovascular por la universidad de Oakland, San Francisco (Ca).
Puente de Oakland
San Francisco
Mi familia procede del Ulster, de ahí mi apellido, pero  mis padres se instalaron hace más de cuarenta años en la ciudad donde he nacido,  Phoenix, Arizona. De la fresca y húmeda isla de Irlanda, al desierto. Ya hablaré sobre esta transición porque es un viaje emocional a través de los paisajes, del verde al ocre para siempre, ahí es nada.

Antes de trasladarse a EE.UU. mi familia se dedicó  durante generaciones al mercadeo y el comercio. En realidad la rutina de mis padres no cambió  mucho en las afueras de Phoenix. Al poco de llegar compraron una vieja gasolinera. Ya saben como son los irlandeses. Creo que en el fondo necesitaban el contacto diario con personas. Allí permanecieron hasta el final de sus días.
Negocio familiar
Hace un año sucedió algo en mi vida, abandoné mi lugar de residencia, San Francisco, y casi sin pensar decidí cambiarlo todo. No me falta el dinero, lo que me hace aún más irresistible, así que lo dejé todo para buscarme a  mi mismo.

-No será tan perfecto-, dirán-. Allá ustedes. La realidad es que aquí estoy, en la isla de Santa Rita, más sólo que un mero, pegado al ordenador y responsable de la salud de un pueblo de 2000 habitantes llamado “El Andancio”.  Sí, en medio de la nada, un cirujano de prestigio ejerciendo de médico de cabecera o de familia y por decisión propia. No vayan a pensar que esto es un autoexilio.
Pacientes
La consulta y los pacientes son absolutamente diferentes a todo lo anterior. Todos los días consiguen dejarme callado, me encanta escucharlos. A veces pienso que yo soy el enfermo y ellos mi cura. Sin duda, lo son. Precisamente  ahí reside mi perfección, en estos enfermos que han limado mis aristas de chico de ciudad.
Afortunadamente me adapto rápido. Sobre todo  gracias a mi ayudante, la señorita Angustias, la enfermera. 



Ella tampoco  es de aquí pero conoce a todos los habitantes y sus costumbres, creo que también sus secretos más íntimos  e inconfesables.
Angustias no hace honor a su nombre. Es pura suavidad, sosiego y tranquilidad etérea…con y para los pacientes. Nuestra relación sin llegar a ser tensa es muy distante. Cuando la miro intuyo lo que piensa, aunque apenas hablamos.
Habla extremadamente bajo así que por lo poco que la oigo con las visitas, sé que ha viajado mucho, que ha vivido más, e intuyo que ha dado con sus huesos en este lugar porque necesitaba otro ritmo de vida.

Sé que no está titulada, pero a estas alturas de mi vida no es algo que me importe. Su labor es fundamental para que mi consulta funcione. Ella conoce a los vecinos de este maravilloso lugar, y además me facilita la adaptación. De alguna manera la necesito. Ella me ha explicado la importancia de la frase diga 33, aunque hay algo que me pone nervioso…Cuando me mira por encima de sus gafas de pasta con esos ojos claros no sé donde meterme, casi me da miedo. La señorita Angustias… La verdad es que no sé si es real o producto de mi imaginación.

El caso es que el comienzo de mi nueva vida resultó ser un buen día en el que pensé que iba a morir. Mi maldita fobia a los barcos y mi alergia a la biodramina hacen que casi sea un milagro que me lean.
Viento, lluvia…Estaba sentado en un avión de hélices de 50 plazas, en medio de una tormenta de verano…

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